Cine

Rivales es otra película de tenis que, en realidad, no va sobre tenis

De entre todos los deportes, el cine quizá sea el que más se preste a la metáfora y el simbolismo, pues una raqueta nunca es solo una raqueta.
Fotograma de Josh O'Connor en la película Rivales.
Don Josh O'Connor Parera.Rivales (2024)

Con Rivales, el nuevo drama romántico-deportivo de Luca Guadagnino, Zendaya ingresa por fin en lo que se empieza a conocer como el Spider-Man Tennis Universe: tarde o temprano, todas las actrices que interpretan a Mary Jane Watson en el cine acaban protagonizando una película sobre tenis. Kirsten Dunst lo hizo hace veinte años en Wimbledon (2004), una suerte de explotación del estilo Richard Curtis que, tal como escribió Roger Ebert en su crítica, gira alrededor de “gente agradable a la que le pasan cosas buenas”, lo cual no suele ser sinónimo de cine interesante. Emma Stone cogió la raqueta en La batalla de los sexos (2017), donde daba vida al icono feminista Billie Jean King. La actriz era lo mejor de una dramedia histórica a la que le faltaba algo de sangre en las venas, y ahí es donde Guadagnino (con ayuda del dramaturgo Justin Kuritzkes) planea reescribir el destino de la tercera Mary Jane y del Spider-Man Tennis Universe en general, pues Rivales se plantea a sí mismo como un thriller cargado de sexo, celos, traición y demás bajas pasiones. En lo que las tres películas coinciden es en que, en realidad, no tratan sobre tenis. Porque ninguna película sobre tenis trata sobre tenis.

Hay algo en la geometría del campo, así como en el propio reglamento del deporte, que estimula todo tipo de metáforas narrativas y simbolismos visuales sin tener que forzar demasiado la máquina. Al fin y al cabo, la esencia del tenis consiste en atravesar los límites permitidos del campo del rival o, en caso de los torneos por parejas, los rivales, algo que quizá explique la cantidad de películas que, como ocurre con Wimbledon o Rivales, utilizan una competición profesional como escenario de un romance más o menos sujeto a las normas de la dramaturgia (tan cercanas, en el fondo, a conceptos como set, revés o remate). En Franklin y Cynthia (1971), el ego de una joven promesa tenística termina por arruinar no solo su carrera, sino también la relación con la chica de sus sueños, mientras que en Pasiones en juego (1979), en la que estrellas como John McEnroe o Pancho Gonzales se interpretan a sí mismas, es una peligrosa aventura con una mujer mayor la que amenaza con arruinar las posibilidades del favorito en Wimbledon. El mensaje parece claro: el amor puede ser un juego muy peligroso, así que es mejor que mantengas la cabeza fría y no te dejes llevar por las emociones extremas. Así era, al fin y al cabo, como lo veía el escritor David Foster Wallace, quien llenó La broma infinita (1996) de reflexiones que más tarde desarrollaría en su memorable ensayo sobre Roger Federer.

Algo de eso encontramos en Match Point (2005), donde la imagen de una pelota amarilla chocando contra la red acaba alzándose como hito del existencialismo cinematográfico. Woody Allen dirigió una película extremadamente cerebral sobre alguien que se deja llevar por una serie pasiones autodestructivas encarnadas en Scarlett Johansson, por lo que creemos que habría sido del agrado de nada menos que Alfred Hitchcock, tan aficionado al tenis que le dedicó una de las mejores secuencias de su Extraños en un tren (1951). La cancha de tierra batida como caja de resonancias psicológica, o la clase de escenario esencializado donde la presión se multiplica, está presente también en la interesante Cinquième set (2020), protagonizada por un personaje al que podríamos considerar como la versión hiperrealista de ese joven brillante convertido en adulto fracasado a quien Luke Wilson daba vida en Los Tenenbaums: Una familia de genios (2001). La diferencia entre la nada y la gloria reside, como nos dejó claro en Match Point, en algo tan fortuito como una moneda al aire.

Quizá por eso ha habido quien se haya enfrentado a un set como quien se enfrenta a la muerte. En Borg vs. McEnroe (2017) había mucho de eso, aunque (una vez más) este biopic trataba de algo más que de una rivalidad deportiva: sus protagonistas representan, en el fondo, dos filosofías vitales contrapuestas. Lo cual se traduce en su forma de jugar. En los últimos años, y aparte de La batalla de los sexos, hemos tenido nuestra buena ración de pelis basadas en hechos reales, aunque El método Williams (2021) se recuerde hoy más por el momento McEnroe que su protagonista tuvo minutos antes de recibir el Oscar a Mejor Actor que por sus bondades artísticas. Justo lo contrario ocurre con Citizen Ashe (2021), recomendabilísimo documental la vida y la carrera de un hombre, Arthur Ashe, que supo utilizar el US Open como simple plataforma para una vida entera dedicada al activismo y la lucha por los derechos civiles, ganando también partidos muy complicados en el mundo real. Citizen Ashe es tema serio, de modo que será mejor que cerremos este repaso por la historia del tenis en el cine con dos piezas mucho más ligeras: a) Las vacaciones del señor Hulot (1953), clásico absoluto de la comedia donde Jacques Tati coge una raqueta como jamás pensabas que se podía coger; y b) Siete días infernales (2015), falso documental que se ríe de la interminable final Isner–Mahut en el Wimbledon de 2010 y contiene el segundo mejor papel que Kit Harington ha interpretado hasta el momento.

  • Rivales se estrena en cines el 26 de abril.