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Jerry Seinfeld: “Me sigue molestando un poco el final de Seinfeld”

El multimillonario cómico podría estar haciendo cualquier cosa con su tiempo y con su talento. Pero pese a que piensa que el cine está acabado, ha dirigido una película sobre los Pop-Tarts de Kellogg's que se estrena el próximo 3 de mayo en Neftflix. En esta conversación directa y sin tapujos, Seinfeld nos lo explica todo, nos habla del legendario final de Curb Your Enthusiasm y de la sensación, que aún le reconcome, de que el público malinterpretó el famoso final de Seinfeld.
Jerry Seinfeld

De todo lo que podríamos asociar con Jerry Seinfeld, el sentimentalismo entusiasta estaría probablemente en último lugar. Sin embargo, al recordar el rodaje del capitulo final de Curb Your Enthusiasm, su voz se contagia peligrosamente de esa emoción: “Cuando volvía a casa aquella noche, se me erizaba el cuero cabelludo. Pensé que lo que habíamos hecho era realmente increíble, salvaje, extraordinario”, dice sobre su sorprendente (aunque bastante sospechada) aparición. Fue, dice, el regreso de todos los regresos, el sueño de un cómico: “Es una broma que hicimos hace 25 años y que hemos amortizado 25 años después. ¿Cómo se puede describir algo así?”.

“Fue muy divertido”, afirma Larry David, quien admite que una vez juró a GQ que nunca jamás intentaría hacer nada parecido al final de Seinfeld. “La escena en la que arrestan a Larry por repartir agua en una cola de gente que está esperando para votar lo cambió todo. Ahí nos preguntamos: ‘¿a dónde vamos con esto?’. Fue entonces cuando [al productor ejecutivo y director] Jeff Schaffer se le ocurrió la idea. Yo dije: ‘Venga, sí, hagamos otra vez la misma chapuza’. ¡La gente odia ese final! Pero a Jerry Seinfeld le encantó la idea. Se apuntó inmediatamente”.

“Nos emocionamos todos mucho: '¡Hablemos del final [de Seinfeld] en el final!”, dice Jerry sobre la última línea de diálogo de la escena. “Fue sin duda uno de los mejores momentos de mi vida profesional”. Después de insistir un poco, Larry también admite sentirse en paz por haber cerrado bien el círculo.

Jerry Seinfeld está sentado en una sala de conferencias con unas soleadas vistas de Manhattan que se extienden hasta el Upper West Side, un dominio sobre el que Seinfeld sigue siendo el amo indiscutible, por así decirlo. Su presencia en Curb Your Enthusiasm pone de manifiesto una vez más el firme arraigo de Seinfeld —la serie—, en la cultura, un huésped que se marchó hace un cuarto de siglo pero que en realidad nunca ha abandonado el lugar. Por supuesto, el Nueva York que popularizó la famosa sitcom desapareció ya hace tiempo. Es una época tan perdida en el pasado como los años 60 en los que se ambienta Sin edulcorar, su nueva película. Seinfeld se muestra filosófico al respecto: “Todos los mundos están perdidos. Todo está perdido”, dice, “cualquier cosa que recuerdes, ha desaparecido. Olvídalo. Una de las grandes tonterías que hace la gente es pensar: esto es lo que hay”.

Sin embargo, hay cosas que no cambian. Por ejemplo, el desayuno.

Una de los primeros monólogos de la carrera de Seinfeld, que ahora inicia su sexta década, giraba en torno a los cereales (“¿De dónde sacas las pelotas para llamar LIFE a unos cereales para el desayuno?”). Desde entonces, no han perdido su protagonismo. Según Larry David, en aquel legendario momento en el que él y Seinfeld se encontraron en el pasillo de un supermercado de Nueva York y concibieron una serie que no trataría sobre nada, ambos estaban hablando de... lo has adivinado. “Ese era precisamente nuestro tema de conversación en aquél supermercado, y entonces le dije: ‘De esto va a ir la serie”.

Lo que le interesa o no a Seinfeld nunca ha sido un misterio. En el único trabajo, digamos estable, que ha tenido desde Seinfeld lo dejó bien claro: [la serie de Netflix] Comedians in Cars Getting Coffee es el portfolio más conciso que pueda encontrarse, incluso en el orden correcto. Cómicos dispuestos a exaltar el monologuismo hay muchos, pero nadie ha sido más insistente en su devoción por el arte, el oficio y la interpretación del género que Jerry. Incluso durante la emisión de Seinfeld, daba la sensación de que para él la serie era una desafortunada distracción de su verdadero trabajo. Y, desde que terminó, apenas ha hecho algo distinto. Al verle sobre el escenario, uno se da cuenta de la naturalidad con la que dobla el codo para acercarse el micrófono a la boca, como si hubiera evolucionado para eso y sólo para eso, como si fuera un Homo comedius.

Por eso sorprende que, a punto de cumplir los 70, intente algo completamente nuevo: debutar como director con Sin edulcorar, una película que es a la vez la historia de la creación de los Pop-Tarts de Kellogg's y una especie de apoteosis lunática de la obsesión de Seinfeld por el desayuno. La película está ambientada en el Valhalla de los cereales: en Battle Creek, Michigan, a principios de los años 60, una época que ha fascinado a Seinfeld durante mucho tiempo y de la que, a veces, parece que saltó directamente a los años ochenta. La historia —escrita por Spike Feresten, guionista de Seinfeld—, gira en torno al enfrentamiento de los gigantes de los cereales, Kellogg's y Post, y a la carrera entre sus dos jefes (interpretados por Jim Gaffigan y Amy Schumer) por inventar una nueva categoría de desayuno. Es el equivalente cinematográfico del método seinfeldiano del monologuista, que consiste en trabajar un concepto desde todos los ángulos posibles, exprimiendo todos los chistes imaginables sobre la comida más importante del día hasta que no quede ni una gota en el cuenco (en realidad, es moderadamente más disparatada que la historia real de Battle Creek, ya de por sí muy surrealista).

El año pasado, Seinfeld también se adentró en otros territorios desconocidos. Viajó a Israel tras los atentados de Hamás del 7 de octubre y publicó varios mensajes en redes expresando su apoyo a Israel, atrayendo un inusual nivel de atención y de críticas para alguien que, por lo general, ha sido declaradamente apolítico.

Pero ahora es por la mañana, así que empezamos. ¿Y por dónde si no?

¿Qué tiene de divertido el desayuno?

¡Lo tiene todo! Me encanta la gran estupidez de la vida.

Estupideces hay por todas partes. ¿Por qué sigues volviendo a ese momento?

Sí, estupideces hay por todas partes, pero me encantan los cereales. Me encanta lo húmedo y lo crujiente. Me encantan las cucharas. Me encantan los cuencos. Cuando era soltero, en mi cocina guardaba un cuenco con la cuchara dentro y mis amigos se reían de mí. ¿Pero para qué sacarla del bol? Ahí es donde va a ir a parar igualmente.

Larry David me dijo que era porque hay una ‘k’ en breakfast. Dice que todo el mundo sabe que la ‘k’ es la letra más graciosa.

¡Ah, sí! Todo el mundo lo sabe. la ‘k’ o la ‘c’. Es ese sonido… Cuando intentas llamar la atención de la gente en una discoteca abarrotada, siempre oyes la ‘k’ .

Has dicho que sabemos que podrías estar haciendo lo que te diera la gana. Entonces, ¿por qué has hecho esta película?

Porque a mí no me meterían en Mad Men. Me encanta ese tipo de comedia. Me encantan las comedias de oficina. Me encanta la gente estúpida con traje. Y además estábamos en plena pandemia. No tenía nada que hacer y me convencieron. Y no fue idea mía. Seinfeld tampoco fue idea mía. Me siguen arrastrando a hacer cosas, me siguen rodeando de la gente más increíble. La gente del cine es la leche. Están locos. En la película trabajaba Trish Gallaher Glenn, que gestionaba todo el atrezo de la película. Tenía una habitación llena hasta el techo de juguetes, bicicletas y ropa de los 60. La gente hace su trabajo al 150%. Me parece una cosa extraña.

Me sorprende que fuera una novedad para ti a estas alturas de tu carrera.

Sí, totalmente nuevo. Pensé que había hecho algunas cosas interesantes, pero nada parecido a cómo trabaja esta gente. ¡Son tan serios! No tienen ni idea de que el negocio del cine se ha ido al traste. Ni idea.

¿Se lo dijiste tal cuál?

No, no les dije eso. Pero el cine ya no ocupa la cima en la jerarquía social y cultural que sí ocupó durante la mayor parte de nuestras vidas. Cuando se estrenaba una película, si era buena, todo el mundo iba a verla. Todo el mundo hablaba de ella. Citábamos frases y escenas que nos gustaban. Ahora caminamos como a través de una enorme manguera de agua intentando ver algo.

Chaleco y corbata Drake. Camisa y pantalones Isaia.

¿Qué crees que ha sustituido al cine?

¿La depresión? ¿El malestar? Yo diría que la confusión. La desorientación es lo que ha sustituido al cine. Todo el mundo que conozco que trabaja en el mundo del espectáculo se pregunta todos los días: ¿Qué está pasando? ¿Cómo se hace esto? ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?

¿Te sientes de la misma manera?

He hecho suficientes cosas como para tener mi propio estilo, lo cuál es algo más valioso que nunca. Ser monologuista es como ser ebanista, y todo el mundo necesita a alguien que sea bueno con la madera.

¿Me puedes explicar la metáfora?

Hay árboles por todas partes, pero hacer una buena mesa no es tan fácil. Así que la metáfora es que si tienes buen oficio y artesanía, eres impermeable a los caprichos de la industria. El público acude en masa a ver tu monólogo porque es algo que no se puede fingir. Es como el salto de trampolín. Puedes decir que eres saltador de trampolín, pero en dos segundos se puede comprobar si lo eres o no. Eso es lo que a la gente le gusta del monologuismo: pueden confiar en él. Todo lo demás es falso.

Hablas del poder del monologuista, solo en el escenario, pidiendo a la gente que escuche y reaccione físicamente. ¿Cómo se compara con el poder de dirigir?

Ser director es como llevar un rancho del Oeste. Es un caos. Hay caballos, vacas, gallinas, vallas rotas y suciedad. Hay mucha gente y muchos objetos físicos. El monologuismo es una experiencia muy pura, por eso soy adicto a él. La única otra cosa en la vida que idolatro de verdad es el surf. Veo muchos vídeos de surf en Instagram, y cuando alguien monta una gran ola y se desliza por ella, me quedo hipnotizado. Así es como te sientes cuando tienes una buena actuación, como si dispusieras de esa energía gigantesca y te estuvieras deslizando por ella. No hay nada puro en hacer una película. No hay fluidez. Es todo muy complejo, un lío.

¿Surfeas?

No, lo intenté. Lo hice durante una semana, hace 20 años. Hay que dedicarse a cosas grandes. Y no creo en ser bueno en muchas cosas, ni siquiera en más de una. Pero me encanta verlo. Creo que si tuviera la oportunidad de volver a nacer, lo intentaría. Te levantas por la mañana y te pones a remar con los brazos. Ganas el poco dinero que necesitas para sobrevivir. Esa me parece la mejor vida.

O podrías llegar a ser muy rico en la mediana edad, dejar de hacer las cosas difíciles y salir y convertirse en un surfista.

No, no, no. Lo suyo es estar arruinado, que eso sea todo lo que tienes. Ahí es cuando la vida se torna genial. La gente siempre está tratando de añadir más cosas a la vida. Hay que reducirla los a momentos más simples y más puros. Esa es la mejor forma de vivir, diría.

Otra aspecto de la película que llama la atención es lo muy ambientada que está en el medio oeste. Cuando empezaste a hacer prospección, después de haberte criado en Long Island y vivido en Nueva York, lugares como Battle Creek debieron de parecerte marcianos. ¿Cuál fue tu primera impresión?

Me pareció todo divertidísimo. John Updike dijo una frase genial: “Los neoyorquinos creen que cualquiera que no viva en Nueva York está de broma”. Yo era así. Pensé: “Dejadme ir a este lugar y mostrarles cómo somos, y pagarán por verlo”. Todavía siento que es lo que sigo haciendo: os voy a enseñar cómo es un neoyorquino. Creo que os resultará interesante.

Esto es lo que considero la paradoja de Seinfeld: pese a ser tan específicamente neoyorquino y tan específicamente judío, en Nueva Orleans, donde vivo, hay un canal de televisión que sólo emite Seinfeld las 24 horas al día, las 7 días a la semana. Estoy seguro de que también hay uno en Omaha y en Louisville, y en todas partes. Siempre me ha parecido un misterio.

Bueno, déjame que te resuelva el misterio. Son Jason Alexander, Julia Louis-Dreyfus y Michael Richards. Esas tres personas transformaron esa cosa pequeña e idiosincrásica, que debería haber sido siempre pequeña, de nicho. Hicieron accesible ese material irrepetible. No habría ocurrido de otro modo.

¿No te sientes parte de ello?

Participé. Pero no estaba a su nivel. Hice lo que pude para ayudar.

¿El final de Seinfeld te ha estado molestando todos estos años?

Un poco, sí. No creo en el arrepentimiento. Creo que es arrogante pensar que podrías haber hecho algo diferente. No podías. Por eso hiciste lo que hiciste. Jeff Schaffer, Larry y yo hablamos de finales de series que nos parecían geniales. Creo que Mad Men fue el mejor. A mucha gente le gusta el de [El Show de] Bob Newhart. Mary Tyler Moore estuvo bien. Creo que Mad Men ha sido el mejor final de una serie que he visto nunca. Tan satisfactorio. Tan divertido. Y creo que dijeron que se habían visto el final de Seinfeld para averiguar qué había salido mal. Y obviamente era la escena final, ahí en la celda de la cárcel...

¡Creo que es al revés! Creo que, de hecho, al igual que Mad Men, la mayor parte del episodio final no es nada memorable —era un compendio de escenas de otros episodios—, pero el último momento es perfecto.

¿Por qué?

Porque fue ese momento en el que finalmente descubres dónde estaban los personajes y a qué lugar pertenecían. Asumí que, en realidad, no era la prisión, si no el infierno.

No estoy para nada de acuerdo. Creo que nos afectaron algunas cosas que la gente había dicho, como que eran egoístas o cosas así. Y en retrospectiva, ¡creo que eran geniales! Me encantan. En primer lugar, no hay comedia sin individuos con iniciativa. Es un elemento esencial de la comedia, desde Shakespeare y por siempre jamás. No puedes hacer comedia sin gente egoísta. La gente se identifica con eso.

Todo esto es anterior a la era de los antihéroes televisivos. ¿Crees que, en retrospectiva, la percepción que la gente tiene de ellos ha cambiado?

Creen que son divertidos. Es lo único que importa.

Hace mucho tiempo, entrevisté a Alan King y me contó una anécdota sobre el momento en el que se dio cuenta de que todo había cambiado en la comedia. Estaba haciendo un espectáculo en la parte alta de la ciudad y después se fue al centro con Fat Jack E. Leonard, a un club donde trabajaba un humorista: “Empezó a hablar de sí mismo. En vez de decir ‘Este tipo va al médico’, decía ‘Yo fui al médico’. En vez de decir ‘Un hombre le dice a su mujer’, decía 'Yo le dije a mi mujer". Y entonces King dijo: “El nombre de ese cómico era…”.

Y pensaste que iba a decir Woody o Lenny o alguien así.

Exactamente. Pero dijo: “El nombre de ese cómico era... ¡Danny Thomas!”. Alguien que me parece de lo más anticuado. A lo que voy es que la pregunta sobre hasta qué punto un o una monologuista debe tratar temas personales y revelar cosas de sí mismo ha existido durante mucho tiempo. En tu caso siempre te has situado en el lado más anticuado, en el de no contar mucho de ti.

Bueno, digo cosas como: "No tengo discusiones con mi mujer. No pienso en cosas que entren en conflicto con mi mujer. Y cuando las digo, el público sabe que pueden no ser ciertas. Pero no les importa porque lo que quieren es escuchar el chiste. Para mí, la gran alegría es pensar: vale me lo estoy inventando, pero a vamos a ver si consigo que parezca que tiene sentido para mí. En eso consiste la comedia. Saben que estoy mintiendo desde el momento en que abro la boca y no les importa. Siempre digo que no quiero escuchar anécdotas divertidas de tu diario. Háblame de algo que es imposible que haya sucedido. Eso es lo que quiero oír.

¿Te hace sentir fuera de lugar?

Simplemente creo que si eres cómico y quieres sobrevivir, tu único flotador en las oceánicas aguas del mundo del espectáculo son las risas de verdad. Cuando tienes 23 o 33 años, y eres joven, guapo e interesante, funcionan muchas cosas. Cuando llegas a los 53, es más difícil conseguir que la gente salga de casa, coja el coche, pague una entrada y se sienta a verte. Si quieres dedicarte a esto toda tu vida, como quieren todos los cómicos, debes asegurarte de que te ríes de verdad.

¿Estás diciendo que el estilo más confesional de la comedia no se lleva muy bien con la risa?

No, no, no. Digo que conozco a un millón de cómicos que se quedaron secos a los 53 años. Tienes que estar preparado para eso. Tienes que trabajar para estar preparado para esa eventualidad.

En tu prólogo a las nuevas memorias de Michael Richards hablas de la importancia vital de provocar risas, y el episodio de Comedians in Cars Getting Coffee que haces con él es muy conmovedor. ¿Te gustaría verlo actuar de nuevo?

Si él quiere... Creo que es uno de los intérpretes con más talento que he conocido nunca. De hecho, me encantó en la película. Iba a interpretar a mi padre. Queríamos contar una historia trágica de la infancia que me hiciera querer inventar el Pop-Tart, e iba a ser la muerte de mi padre intentando hacer bacon y huevos. Pero la idea no trascendió.

En la película hay una parodia muy divertida sobre el 6 de enero [el día del asalto al Capitolio], lo que me sorprendió un poco, dado lo apolítico que has sido siempre. Y luego está la respuesta a tu viaje a Israel tras el 7 de octubre. ¿Me puedes hablar un poco de esta decisión?

Bueno, soy judío. Creces aprendiendo sobre el antisemitismo, pero como algo que está en los libros. Nunca se me pasó por la cabeza que la gente me viera de otra manera que no fuera: “Me gusta este cómico. No me gusta este cómico”. Creo que la mayoría de los judíos de mi generación nunca han pensado en el antisemitismo. Era cosa de los libros de historia. Pero aquello era algo diferente. Fue algo diferente.

¿Te sorprendió la reacción?

A todos los judíos que conozco les sorprendió lo hostil que fue la reacción.

¿Te arrepientes?

No, en absoluto. No predico sobre ello. Tengo mis sentimientos personales al respecto y los comparto en privado. No forma parte de lo que pueda hacer desde un punto de vista cómico, pero mis sentimientos son muy fuertes.

¿Cómo te sientes al cumplir 70 años?

Me da igual. Absolutamente. Solía abordar el tema de la edad en mis shows cuando tenía unos 60, pero a los 70 no le he encontrado la gracia. No creo que el público lo encuentre divertido. Creo que les molestaría. A mí no me molesta. Me parece algo gracioso y que no tiene sentido. Pero creo que salen y en su cabeza sienten que sólo han pasado un par de años desde la serie terminó. No quiero molestarlos. Estoy ahí para hacerlos felices.

Estamos en plena temporada de béisbol. Como fan que eres también de los Mets, ¿cómo viven los fans de otros equipos con comentaristas tan inferiores a Gary Cohen, Ron Darling y Keith Hernández?

No tengo la menor idea. No podría verlo. Te lo echan todo a perder. Hay otros que me gustan, pero nadie supera a Gary, Keith y Ron. Y, de ellos, Gary es quien lleva las cosas a otro nivel.

He aquí un experimento mental: ¿qué pasaría si tuvieras que elegir entre ganar la Serie Mundial pero perder a Gary, Keith y Ron? Me alegro de que nadie me haya otorgado ese poder de decisión. Porque me paso escuchándolos 130 noches al año; sería sólo una noche que ganáramos la Serie.

Me parece fantástico. Pero te olvidas de una cosa, de que cada dos días no te vas a sentir bien, dependiendo de si ganan o pierden la noche anterior. Alguien me preguntó la otra noche si renunciaría a mi carrera como monologuista a cambio de jugar diez años en los Mets, ganar la Serie Mundial y estar en el Salón de la Fama. Y contesté que no, porque diez años siguen siendo muy pocos. Lo que pasa con Gary, Keith y Ron es que hay pocas personas en la vida que parezcan felices haciendo lo que hacen. Estos tipos van al campo todos los días y están contentísimos de estar allí. Y creo que eso te hace sentir un poco de alivio. El alivio estar rodeado de gente que es feliz haciendo lo que hace. Quizá sea otra de las razones por la que la gente va a ver monologuistas. No intento ser otra cosa. Cuando entré por primera vez en un club de la comedia, creo que tenía 18 años, y fue la primera vez como ser humano en la tierra que sentí que estaba en casa.

He estado pensando en ese momento. Estamos a principios de los 70. Te agobia el conformismo de Long Island. Estás a tiempo de dejarte crecer el pelo, tomar ácido y unirte a la contracultura. ¿Estuviste tentado de tomar ese camino?

Sí. Pero es que la comedia es dejarse crecer el pelo y tomar ácido. Sólo verbalmente. Eso es lo que es. Y quiero decir, hacía paracaidismo. Conducía mi moto con temeridad. Fumaba marihuana. En cuanto me metí en el monologuismo, dije: ya no necesito más esa mierda. Se acabó.

¿Hay alguien —tu mujer, por ejemplo—, que te pregunta cuándo vas a dejarlo?

La gente que me conoce sabe que cualquier otra parte de mi vida me supone un esfuerzo tremendo y me cuesta disfrutar. Tengo una familia maravillosa y buenos amigos. Pero estoy harto del pollo. Ya no quiero salir a comer pollo. Es siempre lo mismo, una y otra vez. Es sólo pollo. Pero el monologuismo —y perdona por insistir de nuevo en la analogía del surf— es siempre océano, pero cada ola es diferente.

De hecho, me alegro de que hayas vuelto a sacar el tema, porque no puedo dejar de pensar en cómo te encanta verlo y en el poco interés que tienes en practicarlo.

No hay nada que deteste más que a un diletante. No me gusta hacer algo de manera mediocre. Tener 70 años es estupendo porque te permite predicar con cierta autoridad: sé bueno en algo. Es lo más importante. Todo lo demás son tonterías.

Brett Martin es colaborador de GQ.


CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN:
Fotografías: Bruce Gilden para Magnum Photos
Estilismo: Brandon Tan
Confección: Ksenia Golub
Peluquería: Rebecca Restrepo para Walter Schupfer Management
Agradecimiento especial: Barber Shop NYC